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20 ago 2012

UN PAR SIN-PAR

El 9 de agosto se celebra en Galicia el Día del Emigrante; desconozco si ocurre lo mismo en el resto de España. Lo cierto es que ese día del año 2008, José López Lledín, más conocido en Cuba como “El Caballero de París” regresó al terruño multiplicado en 24 caricaturas que fueron expuestas en el museo Etnográfico de Fonsagrada, provincia de Lugo.
Era el fantasma de “La Leyenda que Camina”, como se tituló el libro que presenté cinco meses antes en la Feria Internacional del Libro de La Habana. La copia de portada aparece en el bajante de la derecha en este blog personal desde entonces; y es que, el acontecimiento celebrado a bombo y platillo con bailes típicos y pasacalles en aquel condado, inspiró precisamente la creación de este sitio. Por tanto, cumplimos en este mes exactamente cuatro años de aquel primer trabajo titulado“El regreso del Caballero”.
Si sorprendente me resultó aquella festividad, más lo fue que a mi regreso, ya la edición de la obra se había agotado en todas las librerías de La Habana, y que el 30 de diciembre de ese mismo año, a petición del Historiador de la Ciudad, el Dr. Eusebio Leal Spengler, se creara en el Centro de Salud Mental de la Habana Vieja, la galería homónima, con una muestra gemela a la expuesta en su terruño durante el verano—y más curioso aún--precisamente en el centro asistencial en que ejercía y aún lo hace, el médico de cabecera e historiador del aquel “caballero de capa  y espada” mientras estuvo ingresado en el Hospital Psiquátrico de La Habana hasta su fallecimiento a los 96 años de edad. Es decir: El Dr, Luis Calzadilla Fierro, a quien el propio López Lledín calificara como su “fiel mosquetero”.
Si fantásticas eran sus narraciones caballerescas, su propia vida estuvo llena de anécdotas y misterios, como el de llamar a la Habana “su querida Dulcinea” y negarse a abandonarla cuando sus propios familiares, dado su azaroso peregrinar, así se lo impusieron.
Las distintas versiones de la tragedia que provocó su “genial locura” al ser injustamente encarcelado. Sus amoríos, antes y después de “enfermarse” en  prisión. ¿Tuvo o no hijos? Su primer oficio en Cuba, entre otras muchas incógnitas de su azarosa vida, más su carismática locuacidad, lo convirtieron en un verdadero ícono del folclor capitalino.
Algo similar me había ocurrido con otro personaje costumbrista-urbano también de mediados del pasado siglo e íntimamente relacionado con el “caballerín del cuento”. Se trata de Manuel Pérez Rodríguez, (a) Bigote de Gato.También llegado a Cuba como él, en la ola migratoria española de comienzos del siglo XX en busca de fortuna, aunque en vez de gallego, era asturiano.
Ambos comenzaron a trabajar desde abajo en el giro gastronómico; uno terminó víctima del destino como un ambulante desquiciado, y el otro logró convertirse en un exitoso comerciante, pero sin perder esa empatía que une a los emigrantes en general, y en particular ha acuñado entre nosotros la frase: “Gallegos y asturianos, primos hermanos”.
Pero he aquí otro descubrimiento que hice en aquel viaje del 2008:
En verdad, pude visitar Galicia gracias a la “Operación Añoranza”, una iniciativa dirigida al reencuentro con familiares que se lograba a través de las distintas autonomías asturianas.  Así fue como llegué a la aldea donde nació mi padre --Grandas de Salime-- en el suroeste del Principado.
Al orientarme allí con el entonces director del Museo local conocido como Pepe el Ferreiro. Éste me indicó que sólo teníamos que cruzar el rio Navia, pues la aldea natal de Lledín--Vila Seca--estaba en la orilla opuesta; y sin embargo, a más de 80 kilómetros de donde se iba a inaugurar aquella exposición-homenaje. Es decir que Lledín tenía más metros de asturiano que de gallego, aunque la fe de bautismo dijera lo contrario.
Pero regresemos a Cuba para ocuparnos del otro sinpar protagonista de esta historia: Manuel Pérez Rodríguez, más conocido como creador y propietario   del bar “Bigote de Gato”, quien ganó merecida fama  durante las décadas del 40 y 50 del pasado siglo. El  establecimiento había cerrado sus puertas en los primeros años del proceso revolucionario y Manuel -–aún fuerte-- se jubiló como muchos otros “adultos” del Buenavista Social Club.
Es bueno recordar que dicho personaje adquirió popularidad precisamente por su enorme mostacho, su boina roja, y el Chevrolet convertible del 26 totalmente pintorreteado con caricaturas y mensajes promocionales de su famoso bar. Allí habían dejado su impronta dibujantes humorísticos como Felo, Val y Gibert discriminados en los medios masivos  por sus afinidades políticas o proletarias y pasaban las de Caín, para buscarse los frijoles. En esos momentos el “Bar Bigote de Gato” se convertía para ellos en refugio y sostén.
Pues bien, unos diez años antes de mi incursión por tierras gallegas, el entonces Presidente de la Federación de Asociaciones Asturianas de Cuba, Evaristo Arrinda de la Presa—ya fallecido--me plantea el interés de crear en el local social una peña humorística, y yo propuse honrar la memoria del bigutudo octogenario, ya retirado pero que aún mantenía gran popularidad entre los habaneros.
Fue así que se creo la Peña Humorística “Bigote de Gato” a mediados de la década de los años noventa en el local social de Prado y Virtudes.
Razones ajenas a nuestra voluntad provocaron que en medio del periodo especial, tuviésemos que trasladar la Peña para la Agrupación Castropol –sociedad regional también de origen asturiano--, donde el anciano pudo lucir de nuevo su famoso mostacho pero ahora blanco en canas. Todos los meses él presidía un cumpleaños colectivo para los asociados, muchos de ellos también jubilados con pocos recursos económicos. Aclaremos que--a pesar de sus noventa años celebrados allí por todo lo alto--su vitalidad, su optimismo, y su contagiosa alegría, enriquecieron aquellas veladas hasta su defunción en el verano del 2003.
Al arribar a su centenario, el 4 de diciembre del 2010, la Oficina del Historiador de la Ciudad, decidió conmemorar la fecha convocando una exposición de caricaturas personales similar a la realizada exitosamente con el Caballero de París—su alter ego--.
En la íntima inauguración de la muestra, presidida por el Dr. Eusebio Leal Spengler, en los salones del restaurante “Santo Ángel” sito en la Plaza Vieja, y en presencia de sus familiares más cercanos, se nos anunció el restablecimiento del “Bar Bigote de Gato”, en la esquina de Teniente Rey y Aguacate a pocos metros de su ubicación original situada a medianía de cuadra, cuyas obras constructivas comenzarían de inmediato.
Para aquellos extremistas petrificados en el tiempo, puedo aclarar que durante casi cincuenta años se quiso acometer dicha tarea en el lugar exacto donde estuvo ubicada la taberna, pero resultó imposible. Así que el bar-museo estará precisamente donde debe estar: En el corazón del Casco Histórico, y en el de todos los que lo quisimos, lo ayudamos, y  honramos al carismático Manolín Pérez Rodíguez, o Mont, como a veces le gustaba firmar su segundo apellido.
Pero además, les recuerdo que tanto el bar aludido como “La Bodeguita del Medio” fueron modestos establecimientos cuyos dueños no tenían suficiente solvencia económica como para ocupar sus respectivas esquinas y sin embargo les sobraba iniciativa, voluntad e imaginación con lo que adquirieron fama y popularidad en tiempos de salvaje competitividad gastronómica. Un solo ejemplo de ello: El original “Club de los noctámbulos” creado por ese hombre del gran bigote negro, como refugio de la bohemia de la época.
Por todo este esfuerzo en el rescate de nuestra identidad debemos sentirnos agradecidos, y la satisfacción de que las nuevas generaciones puedan disfrutar la resurrección del “Bar Bigote de Gato”, con sus recuerdos, sus originales platos, el empeño de crear el mismo clima de camaradería de antaño, donde nunca faltó el chascarrillo  a flor de labios, y una ambientación agradable, rodeados ahora de caricaturas para hacerles más grata la digestión.
Nos vemos en la inauguración.

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